El Carracillo es una comarca natural de
la Tierra de Pinares, situada al noroeste
de la provincia de Segovia. Su territorio
se extiende al sur del río Cega,
incluyendo los términos de Sanchonuño,
Gomezserracín, Chatún, Pinarejos,
Navalmanzano, San Martín y Mudrián,
Navas de Oro, Samboal, Narros de Cuéllar,
Fresneda de Cuéllar, Chañe,
Campo de Cuéllar y Arroyo de Cuéllar.
Históricamente, los pueblos de El
Carracillo han pertenecido y pertenecen
a la Comunidad de Villa y Tierra de Cuéllar.
En tiempos pasados el único organismo
que llevaba el nombre de El Carracillo era
uno de los cuatro "cuartos" en
que se dividía la Tierra de Cuéllar
para formar los cabildos en que se agrupaban
los curas y capellanes de los pueblos. Se
denominaba Cabildo de San Pedro y San Pablo
del cuarto de El Carracillo. Algunos de
los pueblos de la comarca llevaban en tiempos
pasados el apelativo de El Carracillo. Entre
Fresneda y Narros existió un pueblo
llamado Aldehuela del Carracillo, despoblado
a mediados del siglo XVII.
Un documento custodiado en el archivo parroquial
de Chañe, referente al pago del tributo
de los diezmos, está fechado "en
el lugar del Campo del Carracillo, tierra
de la villa de Cuéllar, a 17 días
del mes de julio del año de 1588
años".
Dentro de la Tierra de Cuéllar los
pueblos de El Carracillo pertenecían
a dos de los seis sexmos en que ésta
se hallaba dividida a efectos administrativos:
Arroyo, Chañe, Fresneda, Narros y
Samboal eran del sexmo de Mata de Cuéllar;
Campo, Chatún, Gomezserracín,
Navalmanzano, Navas de Oro, Pinarejos, Sanchonuño,
San Martín y Mudrián formaban
parte del sexmo de Navalmanzano.
LOS PRIMEROS POBLADORES
Los numerosos hallazgos efectuados en los
alrededores de Chañe de instrumentos
fabricados en piedra, de talla bifacial
y tipología achelense, permite constatar
la presencia humana en las tierras de El
Carracillo durante el Paleolítico
Inferior, aproximadamente unos cien mil
años antes de Cristo.
Posteriormente, durante la Edad del Bronce,
segundo milenio antes de Cristo, los seres
humanos asentarán sus pequeños
poblados en suaves elevaciones de la llanura,
cercanas a arroyos y bodones, sobre suelos
arenosos fáciles de cultivar. En
lugares como Las Cotarras (Sanchonuño),
El Aca, (Gomezserracín) y El Sotillo
(Mudrián), aparecen restos correspondientes
a esta cultura: fragmentos cerámicos
de vasijas hechas a mano, a veces con decoración;
cuchillos y puntas de flechas talladas en
sílex; hachas y azuelas pulimentadas,
apropiadas para la tala y el trabajo de
la madera.
El hallazgo de molinos de mano barquiformes
evidencia la dedicación de estas
gentes a la agricultura. En las postrimerías
del siglo IX a.C. asistimos a un momento
en que el aporte de gentes venidas de Europa
va a dinamizar la sociedad de la Cuenca
del Duero, hasta entonces en franco aislamiento.
Se forma así una nueva etapa cultural
denominada Edad del Hierro.
Los nuevos pobladores se asentarán
en castros, poblados situados en lugares
elevados, fáciles de defender, como
la plaza del castillo de Cuéllar.
También en sitios llanos, ligeramente
elevados, como el Coto del Casar, situado
en la confluencia de los términos
de Gomezserracín y Pinarejos.
BAJO EL DOMINIO DE ROMA
En el año 151 a. de C. los romanos
conquistan la antigua ciudad de Coca, el
núcleo urbano más importante
de nuestra comarca durante la II Edad del
Hierro. Poco a poco las gentes hispanas
irán asimilando las principales manifestaciones
de la cultura romana. En nuestra comarca
la sociedad era de carácter rural,
dedicándose sus gentes a la agricultura
y a la ganadería. Restos de esta
época aparecen en Fresneda de Cuéllar,
junto al río Pirón; en Chañe,
junto al arroyo Marieles; en Campo, donde
llaman Pelegudos, cerca de la ermita del
Santo Cristo de San Mamés.
Entre los restos destacamos la cerámica
Terra Sigillata Hispánica, fabricada
a torno, lisa o decorada con motivos en
relieve hechos con molde, recubierta de
un barniz de tonos rojizos y anaranjados.
Aparecen también cerámicas
comunes, hechas con pastas grises, negras
o rojizas. Entre ellas restos de grandes
tinajas (dolia) dedicadas a almacenar granos,
agua o vino. Otros tipos de hallazgos materiales
nos informan de la dedicación de
estas gentes hispano-romanas a la agricultura
y a la ganadería: piedras de molino
redondos, labradas en granito o arenisca;
pesas de telar (pondera), fabricadas con
arcilla cocida, empleadas en mantener tensas
las urdimbres de los telares con que se
tejían las lanas de los ganados ovinos.
LA CULTURA VISIGODA
A partir del año 507 d. C. se produce
el establecimiento permanente del pueblo
visigodo en la mitad norte de Hispania.
En los últimos años, el aumento
de prospecciones y excavaciones arqueológicas
ha permitido localizar multitud de nuevos
poblados de época visigoda en los
territorios situados entre los ríos
Cega, Pirón y Eresma: San Boal (San
Boal Viejo), Fresneda de Cuéllar
(Pesquera de Alvarado y Olivera), Chañe
(Pinar Albo), Campo, Chatún, Gomezserracín
(Cotarra de la ermita de Santa Olalla y
Coto del Casar), Sanchonuño (Las
Cotarras), Mudrián (La Cotarra de
la Navaza).
Los yacimientos visigodos arriba citados
ofrecen una gran pobreza de elementos constructivos.
Los restos habituales son piedras de cimentación
y de los muros, a veces tejas curvas semejantes
a las de época tardo romana, fragmentos
de ladrillos y pizarras. Las cerámicas,
hechas a torno, presentan coloraciones grises
o negras.
Algunos fragmentos presentan superficie
suaves y alisadas, a veces con perfiles
carenados. Los elementos decorativos que
más las caracterizan son esgrafiados
y estampillados de círculos, aspas,
arquerías superpuestas, reticulados
y, a veces, triángulos o estrellas.
También hay una amplia gama de cerámicas
comunes, de superficies más o menos
rugosas, que suelen presentar una decoración
a base de líneas incisas y onduladas,
a veces paralelas, hechas a peine.
De importante hemos de calificar el hallazgo
en Fresneda de Cuéllar, junto a la
pesquera del Molino de Alvarado, de un conjunto
de vasos litúrgicos de época
visigoda formado por tres jarritos, una
patena de bronce y un incensario de hierro
tripoidal, fechados en el siglo VII.
LA EDAD MEDIA
En el año 711 los musulmanes invaden
la Península Ibérica y ponen
fin al reino visigodo. Tras la conquista
de Toledo por Alfonso VI en 1085, se inicia
la repoblación cristiana de las tierras
situadas al sur del río Duero, mediante
la creación de concejos o comunidades
de villa y tierra: Cuéllar, Íscar,
Coca, Sepúlveda, Portillo, Olmedo,
Peñafiel, etc.
Los reyes conceden a estas villas, en general
bien fortificadas, la organización
y repoblación, por medio de aldeas,
de un territorio más o menos amplio,
denominado la tierra, sometido a su jurisdicción
y dominio. Los nuevos moradores roturan
y cultivan las nuevas tierras o las dedican
al pastoreo de sus ganados.
Los pueblos de la comarca de El Carracillo
surgieron al amparo de la villa de Cuéllar,
formando parte de su Tierra. Algunos tomaron
los nombres de las personas que los fundaron:
Sancho Nuño, Gómez Serracín,
Muño Adrián, hoy Mudrián;
Chatún, derivado de ecta Ortún,
donde ecta significaría señor;
San Martín de Gramales lleva el nombre
del patrón de su iglesia, San Martín
de Tours, y un apelativo referente a la
abundancia de grama; Pinarejos debe su nombre
a la presencia de pequeños pinares
en el momento de su repoblación.
Cerca de estos núcleos rurales, en
sus términos municipales, hubo otros
pequeños pueblos, que se despoblaron
en el transcurso de los tiempos: Tirados,
en las cercanías de Pinarejos; Los
Áñez y Garci Sancho, con nombres
de personas, cerca de Mudrián; Gállegos,
en los pinares de Chatún, recuerda
la procedencia gallega de los primeros pobladores
de este lugar.
En Mudrián una leyenda transmitida
de padres a hijos atribuye la despoblación
de Los Áñez a la abundancia
de culebras: "Eran tantas las que había,
que no solamente mamaban a las ovejas en
las redes y a las vacas en los corrales,
sino que entraban en las casas y subían
hasta las camas. Si una mujer, criando,
tenía el niño a su pecho mientras
dormía, apartaban al niño
de la teta de la madre, daban su cola al
pequeño, para que no despertara a
su madre, y mamaban en su lugar".
EL CONCEJO DE LA VILLA DE CUÉLLAR
Y SU TIERRA
La Comunidad de Villa y Tierra de Cuéllar
estaba gobernada por un Regimiento o Ayuntamiento
integrado por representantes de la villa
de Cuéllar y de los pueblos de la
Tierra. Al frente del Regimiento se hallaba
un alcalde, que además de participar
en el gobierno del concejo, se encargaba
de impartir justicia mediante audiencia
pública en el ayuntamiento de la
Villa.
A finales del siglo XV el regimiento estaba
integrado por diez regidores y ocho procuradores.
Ocho de los regidores pertenecían
al estado noble, uno por cada linaje. Los
dos restantes representaban al estado llano
o general, uno por la Villa y otro por la
Tierra, cada año de un sexmo. De
los ocho procuradores, tres representaban
a la villa de Cuéllar y cinco, denominados
sexmeros, a los cinco sexmos en que estaba
dividida la Tierra. A su vez, cada uno de
los pueblos de la Comunidad de Villa y Tierra
de Cuéllar se regía por un
concejo o ayuntamiento propio, aunque supeditado
en todas sus actuaciones a las disposiciones
del Regimiento de Villa y Tierra de Cuéllar.
Estos concejos solían estar integrados
por un alcalde, un regidor y un procurador.
Los asuntos más importantes se trataban
en concejos públicos o abiertos,
a los que eran convocados todos los vecinos
mediante toque de campana. El 24 de diciembre
de 1464 el rey Enrique IV había concedido
la villa de Cuéllar y su Tierra a
don Beltrán de la Cueva, Duque de
Alburquerque, a cuya casa pertenecería
hasta la supresión de los señoríos
en el siglo XIX.
El ejercicio de este poder suponía
para los Duques el derecho a nombrar un
corregidor, que controlaba las actuaciones
del concejo cuellarano. Por la misma razón,
los Duques percibían de sus vasallos
tributos como las alcabalas, las tercias
reales y la martiniega.
Quienes se sintieran agraviados por una
sentencia del alcalde de Cuéllar
tenían el derecho de apelar ante
el Duque de Alburquerque. En un principio
era el Duque en persona quien enjuiciaba
estas apelaciones; posteriormente comenzó
a designar alcalde mayor o juez de apelaciones
que juzgaran en su nombre, porque en muchas
ocasiones Su Señoría se encontraba
lejos de Cuéllar y se ocasionaban
cuantiosos perjuicios y gastos a los vasallos
en acudir a demandar justicia. Si los pleiteantes
no quedaban satisfechos con la sentencia
del juez de apelaciones, podían recurrir
en última instancia ante el tribunal
de la Real Chancillería de Valladolid.
LOS TRABAJOS DE LAS GENTES
Las condiciones climáticas de la
meseta castellana condicionaron históricamente
la dedicación de sus gentes al cultivo
de los cereales, base de la alimentación
de personas y ganados. En cada pueblo el
terrazgo se dividía en dos grandes
hojas de cultivo. Alternando cada año,
una se sembraba y la otra quedaba de barbecho
para que recuperara sus principios nutritivos
y fuera pastoreada por los ganados.
En lugares húmedos denominados cañamares
se cultivó durante siglos el cáñamo,
cuyas fibras servían para la fabricación
de tejidos. A finales del siglo XVIII se
instalaron en Mudrián y Gomezserracín
escuelas de hilar cáñamo,
patrocinadas por la Real Sociedad Económica
de Amigos del País de la provincia
de Segovia.
El aprovechamiento ganadero constituía
el complemento adecuado de la economía
agrícola, ya que permitía
completar una dieta basada en el cereal
mediante carne, leche y quesos. En tiempos
antiguos el ganado se clasificaba en dos
grandes grupos: el ganado mayor y el menor.
Entre el primero se distinguía, por
un lado el ganado de labor, dedicado a labrar
los campos, generalmente bueyes y vacas;
por otro lado estaba el ganado de huelga:
las vacas criadas para obtener leche y carne,
yeguas y caballos, mulas y asnos, empleados
para desplazarse, acarrear mercancías,
frutos, leñas, etc. Ovejas, cabras
y cerdos constituían el ganado menor.
Entre las aves de corral, además
de gallinas y pavos, abundaron en estas
tierras carracillanas los gansos y parros,
debido a la abundancia de bodones, junto
a los que vivían. En estas lagunas
se criaban también unos peces de
exquisito sabor denominadas tencas.
Las grandes masas de pinares negrales que
rodeaban y rodean a los pueblos de El Carracillo
determinaron que muchos de sus habitantes
encontraran en él su medio de vida.
Unos, cortando, serrando y labrando madera;
otros, recogiendo la miera que en tiempos
de calor, tras ser abiertos, lloraban los
pinos, para destilarla en las pegueras y
obtener la pez, empleada en empegar barcos,
tinajas, botas y pellejos de vino.
DE LA EDAD MODERNA AL SIGLO XIX
El siglo XVI fue una época de expansión
general en Castilla: la población
aumentó, se desarrolló la
economía, se extendieron los cultivos
con la roturación de nuevos terrenos
y se generalizaron las siembras de pinares
en los extensos terrenos arenosos. En este
siglo se desarrolló la conquista
y colonización de América,
en la que desempeñaron un importante
papel colonizadores de Cuéllar y
su Tierra, entre los que cabe destacar a
Pánfilo de Narváez, natural
de Navalmanzano.
Hecho destacable en esta época fue
la venta de las tierras baldías realengas
por orden del rey Felipe II, con objeto
de recaudar dineros para la hacienda pública.
Hasta entonces esas tierras eran disfrutadas
gratuitamente, de por vida, por todos los
vecinos, pobres y ricos.
El siglo XVII fue una época de crisis
y decadencia generalizada. Castilla sufrió
un gran descenso de población, debido
principalmente a la emigración a
lejanas tierras provocada por un exceso
de tributos y por la sucesión de
malas cosechas, causadas por sequías,
pedriscos y plagas de langosta. La falta
de alimentos trajo consigo la enfermedad
y, a veces, la muerte. Por estas causas
se despoblaron algunos pueblos de El Carracillo,
como Losáñez y Garci Sancho
(Mudrián), Tirados (Pinarejos), Aldehuela
del Carracillo y Marieles (Narros), Frades
y Gómez Ovieco (San Boal), Nuño
Gómez, Pesquera y El Valle (Chañe).
El siglo XVIII fue una etapa de recuperación
y desarrollo, aunque también se sucedieron
épocas críticas por las malas
cosechas y las epidemias. El aumento de
población trajo consigo la necesidad
de incrementar la producción agraria
para alimentar a un mayor número
de personas, mediante la roturación
de nuevas tierras, en su mayor parte pertenecientes
a los concejos. Los terrenos roturados eran
repartidos en suertes entre los vecinos
a cambio del pago de un canon o renta anual
al ayuntamiento. En la jurisdicción
de Cuéllar se roturaron prados y
pinares pertenecientes al Común de
Villa y Tierra, a pesar de la oposición
de los ganaderos, que veían reducirse
progresivamente los pastos de sus ganados.
El afán roturador produjo enfrentamientos
entre pueblos vecinos por la pertenencia
de algunos de los nuevos terrenos arados.
En 1726 el concejo de Chañe acusó
a los vecinos de Arroyo de haberse introducido
a roturar en los sitios denominados la Laguna
y los Pradejones, pertenecientes a su término.
El Regimiento de Villa y Tierra de Cuéllar
intentó poner freno al excesivo afán
roturador, al menos en algunos casos. En
1782 sesenta vecinos de Arroyo y nueve de
Campo roturaron sin licencia real varios
prados comunales, por lo cual fueron encarcelados
por orden del Alcalde Mayor de Cuéllar
y embargados sus bienes. En su defensa alegan
haber actuado "todos bajo una cuerda,
poco instruidos de dónde y cómo
habían de solicitar la competente
facultad real". Exponen, además,
las razones que los habían movido
a roturar unos terrenos que habían
sido ya labrados anteriormente: la necesidad
de nuevas tierras, por ser sus términos
estrechos; haber aumentado notablemente
el número de sus vecinos, la mayor
parte de ellos labradores con bastante ganado;
ser los terrenos malos para pastos; poder
pagar diversos tributos. Añaden,
finalmente, que "los lugares de Campaspero
y Gómez Sarracín, de la propia
tierra y jurisdicción, de infelices
y miserables habían pasado en breves
años a la abundancia y felicidad
por igual medio de algunas roturas, sin
que el Común de la Tierra tratase
de impedírselo".
El comienzo del siglo XIX estuvo marcado
por la Guerra de la Independencia. Por estas
tierras transitaron o estuvieron establecidas
tropas francesas y españolas que
exigieron continuamente granos y provisiones,
igual que los guerrilleros refugiados entre
los pinares. Acabada la guerra, el rey Fernando
VII restaura el absolutismo real, desaprobando
lo legislado por las Cortes de Cádiz.
Los liberales son perseguidos por sus ideas.
El 25 de junio de 1825 era detenido Dionisio
Santos, maestro de primeras letras de Campo
de Cuéllar "por haberle hallado
algunos papeles subversivos contra el legítimo
gobierno de Su Majestad y a favor de la
Constitución".
En el segundo tercio del siglo XIX, reinando
Isabel II, se configura una nueva sociedad,
clasista, sin normas que aseguren una posición
a grupos privilegiados. Se producen cambios
fundamentales en las estructuras políticas,
administrativas y sociales de España.
Con la abolición del régimen
señorial los Duques de Alburquerque
dejan de ser señores de Cuéllar
y su Tierra. En lo sucesivo no nombrarán
corregidores, alcaldes, ni regidores; tampoco
cobrarán más tributos.
La Comunidad de Villa y Tierra, entendida
como un solo Ayuntamiento con capital en
Cuéllar, deja de existir. Cada pueblo
comienza a tener ayuntamiento constitucional
propio e independiente. Pervive, no obstante,
el tradicional aprovechamiento de los bienes
de carácter comunal, en especial
de sus extensos pinares, entre los que cabe
destacar el denominado Común Grande
de las Pegueras.
EL SIGLO XX
En el siglo XX tienen lugar profundas transformaciones
en los modos de vida de las gentes de estas
tierras, especialmente después de
la Guerra Civil. La población experimenta
un continuo crecimiento. Surgen nuevos medios
de comunicación y transporte.
De una agricultura de secano se pasa a una
agricultura de regadío mediante la
apertura de pozos que permiten el aprovechamiento
de las abundantes aguas subterráneas
de nuestra comarca. El Carracillo, hasta
entonces sólo conocido por la pobreza
de sus tierras, se convierte en pionero
de la producción y comercialización
de hortalizas (zanahorias, puerros, endibias,
remolacha de mesa, etc.). Agua y arena obraron
el milagro.
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